REFORMAS EN SANIDAD:
AUSTERIDAD NO SIGNIFICA RECORTES
Amparándose
detrás de una deuda de 16.000 millones de euros, el Gobierno ha
introducido un recorte en el gasto sanitario de 7.000 millones de
euros para este año y lo han justificado como consecuencia lógica
de un gasto desmedido al que hay que poner freno. Esto no es cierto,
o al menos no es más cierto de lo que lo era en cualquiera de los
30 años precedentes; el gasto ha sido similar al esperado, con un
déficit anual de unos tres mil millones, en línea con los treinta
años precedentes y la deuda era conocida, asumida por todos y
consecuencia del modelo de financiación autonómica implantado en
2002 en el que no existe un presupuesto específico para Sanidad,
sino que forma parte de la cesta de tributos y gastos que
posteriormente se distribuirá según el criterio de cada autonomía
y que origina una distribución del gasto en sanidad por habitante
diferente en cada CCAA, hasta 400 euros de diferencia por habitante y
año, un desproporcionado 35%. Así, al haber disminuido los tributos
enviados a la cesta, ha disminuido la parte correspondiente a
Sanidad. Con el sistema anterior sucedía algo similar y era preciso
cada pocos años que el Estado asumiese el déficit generado; esto se
hizo 5 veces entre 1986 y 1996, y por otros medios en años
posteriores. En la misma línea recordaré a los que ahora se llevan
las manos a la cabeza que el déficit de la Sanidad española entre
2003 y 2007, justo después de la reforma autonómica y en época de
bonanza, fue de 10.843 millones de euros y a nadie parecía
importarle, empezando por la Comunidad de Valencia que acumulaba un
25% de dicha deuda. En realidad podríamos decir que nuestro Servicio
Nacional de Salud ha estado en crisis financiera desde que se
implantó en el año 1986 debido a que nunca ha contado con una base
legislativa adecuada, con un presupuesto creíble o una gestión
autonómica basada en el rigor sanitario. Así, nunca se ha
financiado solo con impuestos y siempre lo ha hecho con impuestos más
deuda y se ha acompañado de un tratamiento político oportunista.
De hecho, si no estuviésemos inmersos en esta enorme crisis
económica y social que se inició en 2008, el Estado ya hubiese
asumido el déficit actual y posiblemente estaríamos con el saldo a
cero en este momento.
Podemos
preguntarnos si somos unos manirrotos y el gasto en Sanidad es muy
elevado en comparación con otros países. La respuesta es no. Si lo
relacionamos con el PIB y renta per cápita veremos que nuestro gasto
está en línea con lo que le corresponde en relación con otros
países de la OCDE y si lo relacionamos sólo con el PIB observaremos
que nuestro gasto es inferior a la media. Esto no hace más que
refrendar lo expuesto anteriormente, esto es, la insuficiencia
presupuestaria es la causante del déficit y no el gasto.
¿Quiere
esto decir que no es necesario reformar el sistema?, en absoluto, el
sistema necesita una reforma en profundidad. Una reforma que debe ser
política, presupuestaria, educativa, médica y de optimización de
recursos. Lo que no necesita son recortes y mucho menos que a los
recortes se le tilde de reformas.
Necesitamos
una reforma política profunda aquejados como estamos de un sistema
informe con 17 cabezas autónomas, nunca mejor dicho, desentendidas
entre sí y que se ocultan todos los datos disponibles entre ellos y
a los ciudadanos, sean estos de actividad o de costes. No existe
unas memorias fiables de actividad ni de presupuestos en las que
podamos seguir el rastro a nuestros impuestos. No hay colaboración
ni solidaridad ni equidad entre los Servicios Autonómicos, se
ocultan las listas de espera y carecemos de índices de calidad
asistencial, el parámetro básico para reconocer errores y
subsanarlos. Los profesionales son un simple número al que no se le
valoran los méritos o la idoneidad para el puesto; si sale uno se
pone a otro, preferiblemente “conocido”, como si todos fuesen
iguales y se fomentan las designaciones por méritos políticos o
pura endogamia y los reinos de taifas como si de un cortijo se
tratase. Se implantan sistemas informáticos inadecuados para las
necesidades del sistema, desarrollados sin la colaboración de los
que tendrán que trabajar con ellos, que entorpecen el trabajo
rutinario, aumentan los costes y no están interconectados, lo que
debería ser una premisa básica desde la que comenzar. Es
imprescindible contar con gestores políticos inequívocamente
alineados con la defensa de la sanidad pública y la mejora de la
misma y no insertados en el sistema con miras a modificar el sistema
hacia su privatización, que ejecuten con criterios profesionales y
que abandonen la torre de cristal en la que están cómodamente
instalados y aislados del quehacer diario y esto último no lo digo
por costumbre, sino que lo avala mi experiencia propia.
Necesitamos
una reforma presupuestaria que permita saber cuales son los recursos
disponibles y ceñirnos a ella ya que una sanidad sin límites no
podemos pagarla. Deberíamos contar con una financiación finalista
con un gasto por habitante similar en toda España que asegure un
trato parejo a todos los ciudadanos independientemente de si lo son
de una autonomía rica o pobre.
Necesitamos
optimizar el gasto y hacer un uso eficaz de los recursos humanos y
técnicos. Debemos recordar que el principal motivo de que nuestro
gasto sanitario se haya mantenido en un nivel de moderación se debe
a que los salarios de los profesionales de la salud, en todos sus
estamentos, son sensiblemente inferiores a los del resto de países
de nuestro entorno. No se puede decir lo mismo del gasto farmacéutico
que es el segundo mayor del mundo, solo superado por USA o del gasto
en material y equipamiento. El excesivo gasto farmacéutico tiene en
mi opinión muchas y variadas causas y todas ellas relacionadas con
las otras reformas que propongo. El marketing político ha extendido
la idea de que tenemos uno de los mejores sistemas sanitarios del
mundo, cosa que los índices internacionales ponen en duda al
colocarnos en el puesto nº 26, y que además es gratis, como si
nuestros impuestos fuesen donación de los Reyes Magos, colocándonos
a los médicos en una posición más cercana a Supermán que a la
realidad de nuestros conocimientos. El marketing industrial ofrece a
diario a través de los medios de comunicación todo tipo de avances
técnicos y farmacéuticos, en la mayor parte de los casos exagerados
o por demostrar, haciéndose el juego a si mismos y acordes a la
propaganda política preponderante. La ciudadanía carece, salvando
excepciones, de una educación sanitaria básica y accede al sistema
en busca de ese superhéroe que le han ofrecido y del fármaco
milagroso que le libere de sus dolencias. Por último, el médico,
exigido por la presión, insuficientemente pagado si se le compara
con otros profesionales de su cualificación y responsabilidad,
sobrepasado por el número de pacientes y horas de trabajo y
desmotivado por el trato que la Administración le depara, claudica y
receta, o pide pruebas innecesarias. No debemos olvidar que el
Servicio Nacional de Salud no debería incluir ni recetar ningún
medicamento que no haya demostrado su eficacia y, en el caso de
novedades, no se demuestre fehacientemente sus ventajas sobre los ya
existentes de menor precio. Debo recordar que la industria
farmacéutica quiere ganar dinero, algo razonable, pero que esa
ganancia debe lograrla por su capacidad para ofrecer mejores
productos, no por la existencia de un mercado cautivo al que
explotar. El equipamiento y material sanitario, distribuido hasta el
momento con escasos criterios de racionalidad y tratado como bandera
demostrativa de nuestra modernidad, debe también someterse a un
profundo estudio. Los médicos no somos diferentes del resto de la
población y también nos embelesamos con la última novedad e
incluso llegamos a creernos mejores por emplear el último artilugio
de la industria, del que desconocemos el precio o preferimos
ignorarlo. Digo esto porque sé que es posible realizar un ahorro
considerable en material quirúrgico sin merma de la seguridad o
disminución de la calidad de la intervención. Es preciso que nos
dotemos de medios que permitan desempeñar las funciones sanitarias
con seguridad, pero no es necesario que haya de todo en todos los
sitios, sino que se distribuya por el territorio en función de una
lógica sanitaria y no por criterios políticos, sin reparar en el
gasto. Por poner un ejemplo, nunca he podido entender que en
Cataluña, con menor población e inferior extensión que Andalucía,
el número de hospitales dobla a la de esta, y pese a los esfuerzos
catalanes por racionalizar el gasto, muy loables en algunos aspectos,
ni es más barata, ni la diferencia de calidad es apreciable.
Necesitamos
educación sanitaria y para ello tenemos que pensar a largo plazo y
dotar a la escuela de herramientas que permitan mejorar los hábitos
sanitarios y el conocimiento de los parámetros básicos de salud a
las futuras generaciones, pero también debemos incidir en los
actuales usuarios sobre el uso racional con campañas enfocadas en la
información, no en el miedo.
Necesitamos
una reforma-evolución de los propios médicos hacia hábitos de
trabajo en los que prime recuperar la valoración clínica y la
relación con el paciente y disminuir el recurso a la prescripción
farmacéutica o la repetición de pruebas diagnósticas que poco
pueden aportar a lo ya conocido. Es preciso que en este ámbito se
potencie el trabajo en equipo y que sea la fuerza de la razón la que
impere y no la del escalafón- Necesitamos que se pierda el miedo a
dar la propia opinión y que esta sea valorada y aceptada o desechada
en función de la evidencia científica. Debemos combatir la
endogamia que impide las nuevas aportaciones y que si bien mantiene
los aciertos también entroniza los errores e impide que sean
solucionados. Tenemos que reforzar la posición de la medicina de
familia y lograr que sea realmente la base del sistema y el soporte
real de la medicina especializada. No podemos seguir escudándonos
en que poseemos el mejor programa de trasplantes del mundo, de
elevado precio por otra parte, y tapar con ello nuestras evidentes
carencias. Es imprescindible que pensando en las nuevas generaciones
se potencie la investigación de calidad con la que comprar el futuro
y combatir nuestras limitaciones.
Austeridad
significa sencillez, sobriedad, carencia de alardes. No significa
merma, empobrecimiento ni ausencia de calidad. Desde la austeridad se
puede encarar el gobierno de una nación o una comunidad autónoma y
ofrecer un servicio de gran calidad. Recorte significa quitar el
excedente, lo que sobra y recortar significa disminuir o hacer más
pequeño. No necesitamos una sanidad más pequeña ni tenemos en ella
sobrantes humanos que desechar. Reformar es modificar con la
intención de mejorar, no de empeorar. Definidas las palabras no
actuemos de forma torticera asignándoles un significado que no
tienen y ciñámonos a ellas en el contexto que nos ocupa con
fidelidad y esmero.
Hecha
la exposición, concluyo afirmando que es posible reformar nuestra
sanidad cambiando nuestra actitud profesional, aprovechando los
recursos humanos actualmente disponibles o incluso incrementándolos
y racionalizando el gasto. Recordemos que los recortes
presupuestarios hechos por gestores que desconocen la realidad
sanitaria no toman ese camino y nos alejan de la excelencia que
deseamos, empeorando nuestra realidad.
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